19 de septiembre de 2013

¿Una salida?

El congreso estadounidense había sido convocado por el presidente Obama para votar la posibilidad de emprender acciones militares contra el régimen de Bashar Al-Assad, al que la Casa Blanca responsabiliza del uso de armas químicas. El resultado de la votación era, cuando menos, incierto. Una votación complicada y un resultado, fuese el que fuese, incómodo.

El congreso estadounidense había sido convocado por el presidente Obama para votar la posibilidad de emprender acciones militares contra el régimen de Bashar Al-Assad, al que la Casa Blanca responsabiliza del uso de armas químicas. El resultado de la votación era, cuando menos, incierto. Una votación complicada y un resultado, fuese el que fuese, incómodo.

Pero Vladimir Putin, tal vez de quien menos podía esperarse, les ofreció al Congreso y a la Casa Blanca un salida satisfactoria sin tener que tomar una decisión definitiva. El gobierno ruso antes de la votación propuso que el gobierno sirio pusiese bajo supervisión internacional su arsenal químico. Al-Assad y Obama decidieron darle una oportunidad a esa opción y el Congreso ha podido posponer la votación.

Porque para las cámaras norteamericanas la elección era complicada. Si bien la Casa Blanca ha insistido mucho en la solidez de las pruebas contra Al-Assad, la opinión pública, a través de encuestas, ha manifestado mayoritariamente su oposición a involucrarse en un nuevo conflicto –por muy limitado que fuese- en Medio Oriente. Para los ciudadanos estadounidenses la única preocupación debe ser la recuperación económica, dejando de lado cualquier distracción o carga financiera.

Obama, por su parte, se veía entre dos escenarios problemáticos. O lanzar una campaña militar contra el régimen sirio sin apoyo interno y con escaso apoyo internacional o, de no intervenir, proyectar la imagen de un presidente débil, que no cumple su palabra respecto a la necesidad de sancionar el uso de armas químicas y que cede las decisiones estratégicas al Congreso.

Pero la propuesta rusa le salva la cara –por el momento- a Washington. La cámara no ha tenido que votar y se ha ahorrado el desgaste político que cualquier decisión le acarrearía. La Casa Blanca, con la mera amenaza de uso de la fuerza, habría conseguido uno de sus objetivos: el cese del uso de las armas químicas. Y, esa, y no otra, era la línea roja de Obama.

Siria con la oferta rusa –sin duda acompañada con dosis de presión diplomática- se ahorra los más que probables bombardeos estadounidenses –lo que podría suponer perder algunas infraestructuras claves- y un también probable aumento del apoyo de Washington a la oposición. Además, gana tiempo y mantiene la iniciativa estratégica ante los rebeldes.

Rusia, por su parte, recupera una posición de liderazgo en la comunidad internacional y fortalece su –algo limitado- rol como actor global. Su propuesta destraba el panorama en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas –al menos por el momento-, garantiza la seguridad del oficialismo sirio –y con ello sus propios intereses en la zona-.

En definitiva, todos pueden atribuirse el mérito en esta reducción de la tensión internacional. De todos modos, habrá que ver cómo reaccionan países como Arabia Saudí, Irán, Catar o Turquía ante este nuevo episodio de la crisis siria. Todos aspiran a alcanzar la hegemonía regional y seguirán intentando avanzar sus intereses nacionales. Pero, quizá, por ahora, acepten un período de distensión.

En definitiva, la puerta abierta por el gobierno de Putin ofrece una salida airosa para todos. Bueno, excepto para el conflicto interno sirio en vías de estancamiento (más de 110.000 muertos y de siete millones de desplazados) y, sobre todo, para la oposición al régimen de Assad, que no ve respondida ninguna de sus peticiones.

En todo caso, ahora Assad ya lo tiene claro, mientras no use armas químicas la comunidad internacional no le interrumpirá.

Por: Miguel M.Benito

El Espectador, miércoles 11 de septiembre de 2013