14 de mayo de 2013

La Unión Europea y la primavera árabe

La evolución del proceso de integración europeo ha llevado a que la Unión Europea (UE) después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (1 de diciembre de 2009), tenga a disposición una serie de mecanismos que facilitan su acción exterior, sin embargo, las crisis internacionales a las que hay que hacer frente generalmente son difíciles de prever y por lo tanto, la participación de la Unión como de cualquier otro actor internacional

La evolución del proceso de integración europeo ha llevado a que la Unión Europea (UE) después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (1 de diciembre de 2009), tenga a disposición una serie de mecanismos que facilitan su acción exterior, sin embargo, las crisis internacionales a las que hay que hacer frente generalmente son difíciles de prever y por lo tanto, la participación de la Unión como de cualquier otro actor internacional, suele ser tardía, reaccionaria y en algunos casos insuficiente.

Aunque las dificultades económicas y financieras por las que atraviesa en este momento el viejo continente consumen gran parte de la actividad comunitaria, lo que dificulta en ocasiones lograr consenso para emprender acciones concretas en el ámbito internacional especialmente frente a eventos que amenacen la paz y la seguridad internacional, se ha hecho necesaria la reformulación de las acciones que tradicionalmente los europeos han implementado con sus vecinos del sur del mediterráneo, especialmente después de los sucesos de la Primavera Árabe que han creado un nuevo escenario al que la UE debe adaptarse.

En 1995, cuando nació el Proceso de Barcelona, los europeos pretendían fomentar en el Magreb aquellos principios que han sido indispensables en el éxito de la integración: Estado de derecho, economía de mercado, solidaridad, cohesión económica y social y visión de largo plazo, con el interés de establecer una zona de paz, estabilidad y prosperidad a ambos lados del mediterráneo. A pesar de lo anterior, los procesos de transformación política que iniciaron en diciembre de 2010 en Túnez, tomaron por sorpresa no sólo a los europeos sino también a la comunidad internacional.

De tal forma, cabe preguntarse si los instrumentos desplegados por la Unión han sido suficientes para responder a los cambios producidos en el Norte de África después de los sucesos de la primavera árabe.

Una acción exterior más coherente

La acción exterior de la Unión en temas que afecten la paz y la seguridad internacional ha estado marcada por la convivencia de instrumentos comunitarios y estatales. De tal forma que cuando nace la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) con el Tratado de Maastricht en 1992 no contaba con una estrategia clara, con unos instrumentos definidos y unos procedimientos precisos, generando que los estados, a título individual, se hicieran cargo de la acción exterior, sin detenerse en procesos comunitarios.
Sin embargo, como se demostró durante los terribles sucesos ocurridos en los Balcanes en los años noventa, las crisis internacionales tendrían la posibilidad de abrir espacios para el desarrollo y profundización de la PESC.

En ese sentido, en 2003 y tal vez producto del cisma creado por la intervención estadounidense en Irak, y la división que ello generó entre países europeos que apoyan la campaña militar (España y Reino Unido) y aquellos que no (Francia y Alemania, entre otros), nació la Estrategia Europea de Seguridad (EES) como un instrumento que buscaba definir los desafíos, los objetivos y las implicaciones de la acción de la Unión.

El documento hace énfasis en el compromiso de la Unión con la seguridad de los países vecinos, pues de esta depende la credibilidad del proceso de integración a nivel internacional (Europa no estará bien si sus vecinos no están bien), así mismo, prioriza el multilateralismo eficaz, es decir todos los medios civiles (diplomáticos, ayuda económica, reforma de instituciones, etc.) que se puedan utilizar para dar soluciones a problemas que afecten a la comunidad internacional.

Además, como se mencionó anteriormente, el Tratado de Lisboa refuerza la lógica de la Unión en diversos espacios, entre ellos el de la acción exterior, ya que reúne todos los instrumentos dispersos a disposición (económicos y comerciales, de cooperación al desarrollo y de uso de la fuerza) dentro de un mismo apartado, destacando el papel de la UE como potencia civil y el nuevo puesto del Alto Representante para la Política Exterior, actualmente en manos de la baronesa Katherine Ashton.

El Tratado en mención corrobora que la Unión, valiéndose de los instrumentos civiles entre los que se destacan ayuda para el desarrollo, el reforzamiento del estado de derecho, el afianzamiento de la economía de mercado, entre otras, a través de la acción del Alto Representante y la puesta en marcha del servicio exterior, que se convierte en la representación de la Unión en terceros países, buscará fomentar la solución pacífica de controversias.

La primavera árabe y sus consecuencias sobre la acción exterior

Los sucesos que iniciaron tras la inmolación del joven Mohamed Buazizi en diciembre de 2010 y que rápidamente se expandieron por el Magreb árabe y el golfo pérsico, es difícil catalogarlos como un proceso unitario ya que se presentaron como mínimo tres sucesos relacionados: por un lado, se vivió una auténtica revolución en Túnez y Egipto con el derrocamiento de los líderes que se encontraban en el poder, por otro lado se adelantaron procesos de profunda reforma en Marruecos y Argelia, con la promulgación de una nueva constitución y la celebración de elecciones libres con la inclusión de partidos islamistas que durante años fueron prohibidos y, finalmente, se han evidenciado hechos de profunda represión en Libia (finalizó con una intervención de la OTAN y de países europeos) y Siria, conflicto que aún sigue sumando miles de pérdidas humanas sin una clara solución a la vista.
En este sentido, la espontaneidad inicial de los movimientos fue perdiendo poco a poco su fuerza en la medida que se celebraban elecciones, principalmente durante 2011, y cuyos resultados arrojaron con diferente matiz, un regreso al poder de movimientos y partidos políticos islamistas, como los Hermanos Musulmanes en Egipto, que han impedido la consolidación de demandas sociales que buscan un cambio profundo en la estructura política, económica y social que los regímenes opresivos y autoritarios que se encontraban en el poder, no solucionaban de manera satisfactoria.

Por lo tanto, la respuesta de la Unión ha estado condicionada por dos circunstancias esenciales: en primer término, las derivadas del proceso de integración y las dificultades económicas y monetarias, que consumen no sólo recursos financieros (reducción de presupuestos) sino también de recursos técnicos, pues los estados han volcado sus esfuerzos en buscar soluciones a la crisis dejando de lado otras cuestiones. Por otro, los cambios políticos y económicos efectuados en el sur del mediterráneo han obligado a actuar más con cautela que con decisión, ya que la volatilidad de los sucesos, la falta de consolidación de los nuevos gobiernos y la utilización de viejos mecanismos, han impedido una acción más activa y decidida por parte de la Unión.

Sin embargo, cabe destacar dentro de las respuestas efectuadas por la UE, la promoción de un nuevo partenariado en 2011 –partenariado por la democracia y la prosperidad compartida-, la reformulación de la Política de Vecindad y la creación del programa Spring (por sus siglas en inglés), que busca fomentar la creación y puesta en marcha de Pymes productivas en el norte de África.

Estos canales de cooperación, buscan reemplazar viejos estereotipos que han condicionado la acción europea en el Magreb y que no han permitido, como se propuso en 1995 y se actualizó en 2008 bajo el programa Unión por el Mediterráneo, crear un entorno de crecimiento, consolidación democrática y prosperidad.

En este sentido, y teniendo como base los profundos cambios que se han evidenciado en los países que fueron tocados por el impulso revolucionario y de cambio que transcurrió durante 2010 – 2012 al norte de África y el golfo pérsico, la UE debe seguir ajustando sus programas y proyectos estratégicos para una región que resulta importante en la estabilización del sur de Europa y que sin duda alguna, debido al enorme potencial de consolidación democrática que se espera se lleve a cabo, resultará un nuevo banco de pruebas para demostrar el éxito que en otras regiones han tenido, los mecanismos civiles que la unión pretende impulsar en el sistema internacional del siglo XXI que sin duda tendrán un efecto más que positivo en la consolidación de Europa como un actor global.