22 de marzo de 2013

Incertidumbres coreanas

El derrotero de los países se fragua en la compleja maraña de nexos entre las fuerzas internas y los favores y las ambiciones del vecindario. En el mundo interconectado por la globalización contemporánea, los intereses de los poderes mundiales no son menos insistentes que en el pasado. La península coreana, a lo largo de su historia milenaria ha soportado y amortiguado muchas veces el choque de los planes contrapuestos de los pueblos cercanos, en especial manchúes, mongoles y japoneses.

El derrotero de los países se fragua en la compleja maraña de nexos entre las fuerzas internas y los favores y las ambiciones del vecindario. En el mundo interconectado por la globalización contemporánea, los intereses de los poderes mundiales no son menos insistentes que en el pasado. La península coreana, a lo largo de su historia milenaria ha soportado y amortiguado muchas veces el choque de los planes contrapuestos de los pueblos cercanos, en especial manchúes, mongoles y japoneses. Hoy día, ese diminuto territorio de tan solo 220.000 kms cuadrados no deja de estar en el ojo del huracán, más que por voluntad propia por la puja entre las grandes potencias económicas y militares. Cuando el pueblo coreano, al sur y al norte del paralelo 38, busca definir su futuro tiene que reconocer que está atrapado en esa red de presiones externas de las cuales no logrará escapar sino después de un tortuoso proceso de negociación que, por ahora, esos actores foráneos no se deciden a facilitar. Ambas coreas sí pueden y desean llegar al entendimiento y la reunificación, pero dicha meta seguirá pospuesta hasta cuando la injerencia externa se desvanezca.

Por estos días, la península coreana vuelve a repetir momentos de alta tensión, precipitados por los ensayos de misiles y la nueva prueba atómica de Norcorea, así como por las demostraciones de la capacidad destructiva de la alianza surcoreana con Estados Unidos por medio de los ejercicios militares conjuntos, avalados por la recién posesionada presidenta Park, en Seúl. En ambos lados del dividido pueblo coreano, los nervios se crispan ante el temor de que un suceso menor pueda desencadenar una guerra abierta. En los últimos años, una serie de choques y amenazas se tornó recurrente: en marzo de 2010, en rechazo a los ejercicios militares surcoreano-estadounidenses, las fuerzas de Pyong Yang hundieron el barco artillado Cheonan, en las aguas del mar Amarillo; meses después, las ráfagas en la zona de disputa en ese mismo mar mataron a cuatro surcoreanos. En la otra punta del jaleo, el gobierno de Seúl sostiene los ensayos de asalto a Norcorea en las aguas cercanas a la línea limítrofe y, desde agosto de 2012, desplegó frente a su país vecino, hermano y rival una batería de misiles Delilah, de fabricación israelí. En el más reciente hecho, a las sanciones del Consejo de Seguridad Corea del Norte ha respondido con las amenazas conocidas de destruir cualquier intento de intervención, mientras Corea del se aferra al acuerdo militar con Estados Unidos para mostrar su potente brazo armado.

Dada la injerencia externa, las relaciones entre las dos coreas están por completo distorsionadas, y en tanto esa situación persista es improbable la solución bilateral del conflicto. Por eso, puede afirmarse que se avanzó mucho entre 2003 y 2007, cuando el diálogo de 6 bandas, protagonizado por ambas coreas, Japón, Rusia, Estados Unidos y China, buscó compromisos reales de apoyo económico a Norcorea, a cambio de desmantelar su programa nuclear.

Varias son las opciones para romper la incertidumbre y dejar al pueblo coreano apersonarse de su destino común. Para infortunio de éste, muy pocas de ellas tienen piso real y vía al éxito. Así, hay quienes abogan por la solución contundente, a través del despliegue de fuerza estadounidense después de un bombardeo fugaz y completo desde sus bases en Surcorea, Japón y el la Flota del Pacífico, que reduzca a polvo las instalaciones nucleares y de misiles norcoreanos, obligando a ese gobierno a una negociación definitiva. Tal operación desencadenaría la reacción automática de China, por supuesto; una vez involucrado el segundo poder militar del mundo las cosas serían a otro precio. Esta línea dura del Pentágono es inconducente, como también lo es la otra medida propuesta de quienes creen que pueden mover los medios diplomáticos para que China rompa todos los canales de ayuda energética y alimentaria al gobierno de Kim Jong-Un, con el propósito de obligarlo a su dimisión y poder negociar con sus sucesores la reconstrucción nacional sin armas atómicas. Pareciera un avance en esta vía las sanciones contra Pyong Yang de diciembre y marzo por el Consejo de Seguridad. Lo cierto es que ni las sanciones que ha recibido el país durante más de 20 años lo van a doblegar esta vez ni tampoco el gobierno chino va a dejar inerme un espacio vital para su seguridad nacional, pues un colapso del gobierno norcoreano significaría vérselas con el ejército estadounidense en la frontera terrestre de 1.500 kms con la península coreana más la armada en las aguas aledañas. Tener tales vecinos en la frontera afgana es una experiencia que Hu Jintao aguantó en el borde occidental en la frontera afgana desde 2001, y es seguro que el nuevo presidente Xi no desee trasladarla al flanco oriental chino.

Por ahora, un entendimiento bilateral, como afirmamos, no es viable, en la medida que Corea del Norte no acepta al gobierno del sur como interlocutor idóneo mientras permanezcan las tropas estadounidenses en su territorio, por lo que lo considera un país ocupado. Por esa razón, se retiró del diálogo de las 6 bandas con el fin de buscarle salida al conflicto y la división de la península en una negociación bilateral con Washington. La respuesta de Washington ha sido nula, y Obama, con la espada de Damocles encima ante el juicio republicano, se ha limitado a reforzar la alianza militar con Japón y Corea del Sur, países empujados a elevar su contribución para compensar la merma de recursos en las arcas de la Casa Blanca. De este modo, no cabe esperar una iniciativa estadounidense fiable para conducir a un feliz término las promesas del presidente que proclamó librar al mundo de las armas atómicas en un anuncio emotivo que le mereció el premio Nobel de la paz.

De este modo, el escenario más conducente al apaciguamiento de la refriega coreana está por el lado del Diálogo de 6 bandas, puesto que junta los actores participantes en el conflicto, avanza más allá del inconducente encuentro bilateral de las dos coreas y supera la falta de iniciativa estadounidense frente a la problemática, respecto a la cual no baraja alternativas diferentes al consabido uso de la situación para dotar a sus aliados de equipos de guerra más sofisticados. Sin duda, esta vez como en el pasado el liderazgo chino es fundamental, pues así como desencadenó las reuniones a partir del 2003, puede auspiciar ahora nuevas rondas que lleven a sustituir el plan atómico por ayudas sustanciales renovadoras de la lánguida economía de Norcorea.

Contrario al sentir más convencional, la aguda sensibilidad norcoreana frente a la influencia externa es una actitud propia de su historia. Ese pueblo se resiste a olvidar que fue un reino floreciente hace 2.000 años, cuya doctrina confuciana y sus instituciones políticas irradiaron en la región, con visible efecto en la organización política japonesa. En los siglos posteriores, mongoles, chinos y japoneses lograron notables avances económicos y militares, que desencadenaron las disputas entre ellos. En los enfrentamientos para resolver su competencia convirtieron a la península coreana en un puente constante. Cansados de esa belicosidad ajena, los coreanos procuraron por todos los medios encerrarse. A raíz de esa política se convirtieron en el Reino Hermitaño, sin embargo, la nueva lucha en la región entre japoneses, chinos, rusos, europeos y estadounidenses, desde la mitad del siglo XIX no solo arrastró a Corea hacia la pugna sino que la puso en el centro de la misma. La península sigue luchando contra ese involucramiento no deseado. No estamos ante un destino trágico, pero sí ante uno bastante dramático.