8 de abril de 2013
Decepciones y éxitos de Obama, tras renovar su equipo de seguridad
Qué puede hacer el presidente de Estados Unidos para reajustar el papel internacional de su país, cuando su prioridad está en los problemas internos.
Al igual que en los cuatros años anteriores, la prioridad va a estar en el interior, en la economía. Consolidar la incipiente –y lenta- recuperación será el núcleo de agenda de Obama. El presidente responde a un electorado que no parece atraído por nuevas aventuras exteriores. Para buena parte de los norteamericanos, se ha impuesto la idea de que para ser fuertes en la arena internacional hay que potenciar el dinamismo económico interior. A corto plazo el gobierno se centrará en las reformas nacionales (reforma migratoria, reconocimiento de derechos de los homosexuales, etc.) para “resolver los problemas de casa, antes de salir a arreglar el mundo”.
El cuasi-aislacionismo que, en alguna medida se va instalando entre los ciudadanos estadounidenses, es resultado de las largas –y esencialmente fallidas- intervenciones en Afganistán e Iraq, que no han conseguido dejar un Medio Oriente más estable y pacífico sino que terminarán dejando el mismo entorno estancado y problemático. Se ha impuesto la visión de que Afganistán e Iraq han agotado recursos, humanos y materiales, que podrían haberse destinado a atenuar los efectos de la crisis financiera e inmobiliaria. En una legislatura de recorte del gasto público, que por primera vez en décadas llega al Departamento de Defensa, posiblemente veremos una definición del interés nacional y de las amenazas mucho más restringida y acotada que desde 1991. Encontrar aliados dispuestos a compartir las responsabilidades del mantenimiento del orden internacional será un gran desafío para la Administración Obama.
Como sucedió tras la guerra de Vietnam (época en la que, por cierto, se vivieron también crisis política y económica), la sociedad estadounidense está interiorizando un ‘Síndrome de Iraq’, que se sentirá en desconfianza hacia los grandes compromisos internacionales. Un rol más modesto –todo lo modesto que puede ser el rol de la mayor potencia del mundo, con presencia militar y diplomática en casi todo el globo- y menos visible encajan más con el ánimo actual de la población estadounidense. UN escenario en el que Obama se siente cómodo, como demuestran el uso recurrente de los aviones no tripulados o el papel en la crisis Libia y en la primavera árabe. Sólo grandes crisis y amenazas a la seguridad nacional muy perceptibles podrían cambiar esa tendencia y provocar la movilización general del ejército. ¿Irán? ¿Corea del Norte? ¿Israel? ¿Siria?
En este retraimiento, tras casi trece años de constante guerra, Obama podría beneficiarse del apoyo –o de la aquiescencia tácita- de los republicanos, cuyas derrotas en 2008 y 2012, les obligan a reorientar sus propuestas de cara a las presidenciales de 2016. Acercarse a las minorías y separarse de la política exterior de los gobiernos Bush parecen pasos para recuperar gancho electoral.
Obama arranca este segundo mandato con un equipo de política exterior y seguridad nacional remozado, que tiene los próximos cuatro años para reajustar el papel internacional de Estados Unidos. A Chuck Hagel, John Kerry, Tom Donilon, John Brennan, etc. les corresponderá dar forma a esa Doctrina Obama, que aún se mantiene en sombras.
Por: Miguel M. BenitoPublicado el miércoles 3 de abril de 2013 en El Espectador