29 de mayo de 2013
Acotación a la Alianza del Pacífico
En una Cali que empieza a renacer y en un ambiente de euforia y optimismo se llevó a cabo la VII Cumbre de la Alianza del Pacífico el pasado 23 de mayo. Este encuentro internacional reunió a los mandatarios de los cautro países fundadores (México, Chile, Perú y Colombia), algunos de los observadores y futuros miembros (Costa Rica, Canadá, Paraguay) y otros observadores lejanos, como Japón y España, entre otros visitantes.
En una Cali que empieza a renacer y en un ambiente de euforia y optimismo se llevó a cabo la VII Cumbre de la Alianza del Pacífico el pasado 23 de mayo. Este encuentro internacional reunió a los mandatarios de los cautro países fundadores (México, Chile, Perú y Colombia), algunos de los observadores y futuros miembros (Costa Rica, Canadá, Paraguay) y otros observadores lejanos, como Japón y España, entre otros visitantes. La publicidad de la reunión celebró el mercado ampliado de más de 200 millones de personas, con un PIB cercano a los 3 billones de dólares, que representa el 45% de producto latinoamericano y equivale a la 8ª economía mundial. Este juego de cifras infla en exceso el proyecto y deja en sombras los costos políticos y sociales de una asociación con agendas implícitas.
Sin duda, los empeños por aprovechar la integración de las economías con el fin de aumentar la productividad y trasladar sus ganancias al desarrollo social están fuera de crítica. Este fue el propósito del acuerdo tripartito entre México, Venezuela y Colombia (G3), de 1992, que fue desmontado después. Los cuatro países de la Alianza ya tienen conectadas sus economías por medio de sendos acuerdos de libre comercio, de modo que los nuevos compromisos tendrán como función profundizar, a través de las vertientes bursátiles y de cooperación, la apertura mutua que ya disfrutan. En forma adicional, la presencia conjunta en oficinas compartidas en África (Ghana, Marruecos) y otras regiones (Singapur) ahorra costos y revive el mecanismo similar establecido por el G3, que nunca fue operativo. De igual modo, la concertación entre los sectores empresariales, cuyos representantes realizaron rondas de negocios los días previos a la Cumbre, ofreció pautas concretas a los funcionarios encargados de establecer las políticas comerciales y de inversiones que han de consolidar este proceso integracionista en los próximos meses.
Nacida tan solo tres años atrás, la Alianza avanzó a pasos agigantados. Ningún otro mecanismo del Pacífico reunió a sus jefes de gobierno tantas veces en tan breve lapso. Parece una carrera contra el tiempo. En cierta forma lo es. No es una casualidad el hecho que los países fundadores y los más firmes nuevos miembros tienen gobiernos conservadores, aferrados a las políticas económicas neoliberales, que depositan en la sabiduría del mercado global el destino de sus pueblos. Como resultado de estas determinaciones, sus economías están irrigadas en forma creciente por las inversiones externas, aseguradas ellas por múltiples medios con recursos del Estado, y sus aparatos productivos se especializan en aquellos renglones de mayor competencia, mientras la provisión estatal de empleos dignos, salud y educación sigue siempre pospuesta. Los tres países suramericanos afianzan así, su economía extractiva (petróleo, gas, minerales y metales), en detrimento de la industria local y el Estado benefactor, razón por la cual los estudiantes del país líder del acuerdo, Chile, no cesan sus protestas callejeras. La vulnerada industria mexicana halla, por su parte, un medio para acceder a un mercado dinámico al sur para compensar algo la caída de la demanda estadounidense.
Este modelo contrasta con la iniciativa de integración más proteccionista y a favor de la industria regional propugnada por Mercosur. Tal parece que la velocidad de la Alianza guarda relación con la necesidad de desfigurar el protagonismo y la integración suramericana bajo la bandera de un mercado suramericano ampliado, como lo explicó Beatriz Miranda. De esta forma, sale a la luz la profunda y por ahora insalvable fractura de América Latina, que en 5 décadas de promesas no logró acordar el desarrollo regional y la posición unificada frente a los centros del poder global.
Más allá de la brecha latinoamericana, la Alianza se la juega también en la afiliación estratégica dentro de una rebipolaridad que tanto en el Pacífico como en el ámbito mundial propina el ascenso chino, no menos inevitable. El muro de contención, que será incapaz de sostener ese embate, es construido alrededor del Acuerdo Trans-Pacífico, liderado por Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, México, Chile, Perú y otras autodenominadas “democracias”. Es decir, la agremiación de los feligreses del mercado irrestricto en la zona de la Cuenca del Pacífico. Para despejar dudas, son muy curiosos los mensajes subliminales de la propaganda de la Cumbre de Cali, en el mapa publicitario. Uno, el barco de la Alianza se dirige solo a Corea y Japón, sin tocar a China; dos, el estribillo del nombre cifrado: por “una Colombia Justa, Moderna y Segura”, y más aliada de Washington.