14 de febrero de 2013
Una política exterior adicta al oropel
La política exterior constituye en una metáfora perfecta de lo que ha sido el gobierno de Juan Manuel Santos hasta la fecha: más oropel que sustancia, más brillo que contenido, más apariencia que realidad. Un campo donde lo trascendente queda oculto tras lo anecdótico. La temprana normalización de las relaciones con Venezuela y Ecuador se convirtió en medalla de la que Santos y Holguín presumían.
La política exterior constituye en una metáfora perfecta de lo que ha sido el gobierno de Juan Manuel Santos hasta la fecha: más oropel que sustancia, más brillo que contenido, más apariencia que realidad. Un campo donde lo trascendente queda oculto tras lo anecdótico.
La temprana normalización de las relaciones con Venezuela y Ecuador se convirtió en medalla de la que Santos y Holguín presumían. Así se mandaba un oportuno mensaje de pragmatismo y flexibilidad, de habilidad táctica, aunque sin aclarar cuál es la estrategia. El giro en las relaciones con los países vecinos fue un medio necesario para cambiar la imagen de Colombia, especialmente en el Hemisferio y constituyeron un paso para re-situar a Colombia en el espacio interamericano -cuya cara más visible la puso María Emma Mejía en la Secretaría General de UNASUR-.
Durante más de dos años, María Ángela Holguín se erigió, encuesta tras encuesta, en el miembro del gabinete Santos mejor valorado. Casi el único que ha gozado de buena percepción de manera constante a lo largo de más de dos años. Y eso, para un ejecutivo con problemas de comunicación y ejecución de políticas, convertía a la canciller en un activo muy valorado y hacía de la política exterior alivio y bálsamo con el que compensar otros problemas.
Y el gobierno empezó a caer en un error perfectamente evitable: llevado por la necesidad de mostrar hechos positivos a los ciudadanos, exageró con declaraciones altisonantes sobre el liderazgo regional colombiano, el rol de mediador infalible entre el ALBA y Estados Unidos y su papel global -se llegó a hablar, incluso, de una Colombia mediadora en el conflicto entre Israel y Palestina-. Expectativas inalcanzables que garantizan las decepciones. Exageraciones extraordinarias. Humo.
Para mantener esa imagen positiva de la política exterior del gobierno, fue necesario minimizar y/o ocultar algunos incidentes y fracasos que jalonaban su deambular por lo internacional.
Por ejemplo, Dania Londoño y el escándalo con los agentes del Servicio Secreto ayudó a desviar la atención del pequeño, y caro, fracaso que supuso la Cumbre de las Américas de Cartagena. La presidencia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, presentada como un ejemplo de la capacidad diplomática colombiana, acabó aplastada por la pugna entre las grandes potencias por la crisis siria. El régimen de Basar Al-Assad devolvió a Colombia a la realidad, a su verdadera dimensión internacional.
Pero todos esos esfuerzos por salvar la cara de política exterior, como medio para crear un aura de éxito del ejecutivo, han quedado hechos añicos por el fallo del Tribunal de La Haya en el diferendo territorial Colombia-Nicaragua. La opinión pública que hasta hace unos días alababa al gobierno Santos y consideraba a María Ángela Holguín un modelo de eficiencia, ha cambiado. Y si el halago previo era exagerado, también lo es la actual crítica. Porque el gobierno actual no es el único responsable del resultado. Lo que mal empieza, mal acaba.
Y mientras lo sustancioso -positivo y negativo- pasa desapercibido. Cuestiones como la Alianza del Pacífico y la profesionalización -siempre pendiente- del servicio exterior son ignoradas.
Pero esos son los riesgos de jugarlo todo a las apariencias y a las encuestas: la opinión pública, más cuando no está informada ni interesada, es volátil y cambiante. Caprichosa. Sin embargo, falta pedagogía -y ganas de hacerla- y sobra oropel.
Por: Miguel M. BenitoPublicado el jueves 17 de enero de 2013 en Revista Posición