19 de septiembre de 2013

Santos y el peligroso ‘unanimismo’

El gobierno Santos ha decidido aislarse de la sociedad colombiana, creando una separación con los ciudadanos que explica la torpe reacción oficial ante preocupaciones cotidianas del país. El caso del paro agrario es sólo un ejemplo. Algunos dicen que la razón hay que buscarla en el elitismo del gobierno

El gobierno Santos ha decidido aislarse de la sociedad colombiana, creando una separación con los ciudadanos que explica la torpe reacción oficial ante preocupaciones cotidianas del país. El caso del paro agrario es sólo un ejemplo. Algunos dicen que la razón hay que buscarla en el elitismo del gobierno -ajeno a las dificultades “del común”- o en un origen “demasiado bogotano” -que ignora al campo y los demás departamentos-, sin embargo, la verdadera causa pienso que no es otra que el ‘unanimismo’. Un fenómeno con efectos que pueden ser demoledores para la calidad de la democracia colombiana.

El ‘unanimismo’ o el ‘gobiernismo’ que, para el caso es lo mismo, permiten a la administración Santos controlar el Congreso y los medios de comunicación. En el Congreso la construcción de la coalición de “unidad nacional”, en la que se inserta más del 90% de los parlamentarios -las excepciones vienen de algunos uribistas y del Polo Democrático Alternativo-, ha neutralizado la que debería ser una de las principales funciones del legislativo: la acción de control al ejecutivo. Los representantes se comportan más como ministros sin cartera -de hecho, como aspirantes a cartera- que como verdaderos representantes de los ciudadanos. En este sentido, la clase política sigue empeñada en perder toda la confianza de aquellos a los que dice representar.

Mientras los medios de comunicación de mayor difusión están haciendo dejación de sus funciones. Los ejemplos de periodismo son escasos. La mayoría de las noticias no dejan de ser la reproducción de los comunicados o declaraciones emitidos por presidencia de la República. No hay constatación, ni verificación, ni cuestionamiento al gobierno. Sin embargo, las críticas contra cualquiera que se desvíe de la ortodoxia oficialista son demoledoras y despiadadas. El descontento de la Casa de Nariño tiene su correa de transmisión en los medios de comunicación afines al presidente.

Y, si no fuese suficiente, el propio gobierno, sintiéndose blindado, es incapaz de gestionar lo que en cualquier democracia es normal: la crítica y la oposición. Sus reacciones son pueriles y asustadizas cuando señala con el dedo -a Robledo-, acusa sin pruebas -todas las protestas están infiltradas por agentes oscuros- , marginaliza -cualquier desavenencia sobre el proceso de diálogo mantenido en La Habana con las FARC, independientemente de su contenido, es calificado de guerrerista- o simplemente niega la existencia del descontento -el tal paro agrario-. Todo ello -normalmente sin presentar una sola prueba que lo respalde- destinado a estigmatizar, deslegitimar y apartar del espacio público a las voces disonantes.

Así, la administración Santos, convencida de su infalibilidad no considera necesario tener interlocución con los ciudadanos, que deben ser sujetos pasivos y aceptar lo que el gobierno decide y ejecuta de manera inconsulta.

Sin voz en las Cámaras y con una prensa empeñada en transmitir la imagen de un país sin problemas, al ciudadano -enfadado porque le han robado el celular, porque los servicios públicos son malos y/o caros, porque…- sólo le queda la protesta -aunque eso suponga exponerse al estigma-. En ese sentido, mientras la democracia colombiana no asimile que la democracia se construye incorporando la queja, el descontento y el ejercicio de la legítima oposición, los paros que hemos visto en los últimos meses pueden ser sólo los primeros de muchos.

Las implicaciones de este asunto son profundas si, de verdad, se quiere avanzar hacia una democracia inclusiva en la que nadie reclame la violencia como una opción. Una democracia en la que todos puedan sentirse oídos y representados.

Para el gobierno Santos, al final, el riesgo es tenerlo todo a favor.

Por: Miguel M.Benito

Revista Posición, viernes 30 de agosto de 2013