20 de marzo de 2013

Kenia: ¿Elecciones o censo tribal?

El lunes 03 de marzo, 14.3 millones de electores esperaban para participar en el proceso democrático que debe permitir la elección del Presidente del Estado, de sus diputados, de sus senadores y de los gobernadores de provincias. Según las palabras del Presidente de la Comisión Electoral, la participación fue “aplastadora” lo que muestra que todos se sienten involucrados en la vida del Estado.

El lunes 03 de marzo, 14.3 millones de electores esperaban para participar en el proceso democrático que debe permitir la elección del Presidente del Estado, de sus diputados, de sus senadores y de los gobernadores de provincias. Según las palabras del Presidente de la Comisión Electoral, la participación fue “aplastadora” lo que muestra que todos se sienten involucrados en la vida del Estado.

Las elecciones generales en Kenia se desarrollaron sin incidentes mayores, o por lo menos, sin que se repitan los violentos disturbios que conoció el país después del proceso electoral del 2007. Sin embargo, en la noche del 2 al 3 de marzo se registraron doce muertos en la ciudad portuaria de Mombasa y el lunes 4 de marzo, día de las elecciones, una bomba artesanal explotó en un centro de votación de Mandera (frontera con Somalia) lo que ilustra las tenciones subyacentes que acompañan este proceso.

En las elecciones del 2007, cuando se dieron a conocer fraudes masivos, las rivalidades políticas se transformaron en enfrentamientos callejeros que dejaron alrededor de mil muertos y varios cientos de miles de desplazados. Para este milésimo 2013 medidas excepcionales han sido tomadas para evitar que se repita la historia. Por ejemplo, aparatos de control biométrico han sido utilizados para limitar al máximo las posibilidades de fraude, pero en muchos casos se supo que estos tuvieron fallas que obligaron a los escrutadores a volver a las listas en papel.

Las elecciones en este país son importantes por varias razones. Vecino de Somalia, de Uganda y Sudan, Kenia es un tapón de primera importancia en un arco de crisis particularmente caliente. Sus soldados lideran –con los etíopes- operativos militares en Somalia y apoyan el gobierno interino de ese país desde hace varios años. Toda desestabilización en Kenia representaría un agravante para la seguridad en la región pero también a nivel global. Una debilidad de Kenia limitaría las capacidades de control de una de las zonas del mundo más afectada por la piratería, los tráficos ilegales de armas y de drogas, pero también por los movimientos armados radicales.

¿Pero la calma relativa de estas elecciones es suficiente para evitar esta situación de debilidad?

Desafortunadamente para los kenianos y el mundo, la tranquilidad superficial de estas elecciones esconde mal las aguas turbulentas que remueven la política nacional. Los dos candidatos favoritos para la silla presidencial no son desconocidos ni en Kenia ni tampoco en el mundo.

Uhuru Kenyatta y Raila Odinga, son ambos herederos de dinastías políticas. El primero es hijo del “padre de la independencia” y primer Presidente de Kenia, Jomo Kenyatta. El segundo es hijo del primer Vicepresidente de Kenia, Jaramogi Oginga Odinga. También han estado en el centro de las luchas políticas del país desde hace más de una década y han sido actores de primer plano de los disturbios del 2007. Para lo que son sus credenciales internacionales, Uhuru (Libertad en Swahili) Kenyatta ha sido acusado por los Jueces de la Corte Penal Internacional de crímenes contra la Humanidad por su papel en las violencias post-electorales del 2007 y Raila Odinga por el apoyo que recibió de las capitales occidentales en este mismo periodo.

Como lo lamentan muchos kenianos, Gado -caricaturista del periódico Daily Nation- se desespera por su país. A pesar de las credenciales catastróficas de los pesos pesados de la política de Kenia, estos siguen organizando la vida del país. Es más, utilizan las palancas que sus padres utilizaban hace cincuenta años para orientar los debates y las rivalidades entre fracciones de la nación: la cuestión de la redistribución de las tierras y la pertenencia étnica.

En Kenia, apenas 20% de las tierras son fértiles y 80% de la población depende de estas. La repartición inequitativa de estas tierras fue organizada por el colono ingles pero, a pesar de las promesas, nunca fue modificada por los diferentes gobiernos que se sucedieron en el poder. Es más, las dos familias –Kenyatta y Odinga- instrumentalizaron estas inequidades en la arena política volviéndolas inequidades étnicas. Uno, Kenyatta, se presenta como Kikuyu (de habla Bantu), el otro, Odinga, como Luo (de habla Nilo-sahariana), y ambos como los únicos y legítimos representantes de los intereses de los verdaderos kenianos. Durante la colonización, los Kikuyus fueron desplazados por los británicos para trabajar como supervisores agrícolas, mientras que los propietarios originarios –Nilo-saharianos- fueron transformados en obreros agrícolas. Los primeros asumieron entonces un rol político de primer plano mientras que los segundos vieron sus condiciones de vida y su importancia demográfica reducirse de manera drástica.

La dificultad principal que nace de la explotación política de esta situación socio económica es que, después de 50 años, los temores y las rivalidades entre vecinos han llegado a un paroxismo. La idea que la mayoría de los kenianos tienen es que la victoria del representante de un grupo equivaldría a una pérdida total para el otro grupo. A los ojos de la población, la política keniana se ha transformado en un juego de suma cero. Y, como lo formula la escritora keniana Sitawa Manwalie, “solamente hace falta una chispa para que el polvorín étnico explote”. De hecho, estas divisiones profundas se revelan en los resultados parciales de las elecciones con circunscripciones donde uno recibió 99% de los votos y el otro 0%.

Pero hay razones para esperar lo mejor de estas elecciones. Primero, lo que eran temas tabúes –la tierra y las tribus- son ahora temas de debates públicos y, segundo, los kenianos en general están conscientes de la necesidad que hay de responder a estas problemáticas. Además, los ciudadanos kenianos se apoderaron del proceso electoral a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías (93% de los kenianos poseen un celular). Por ejemplo, la aplicación de Smartphone Ushahidi (testimonio) permitió a los kenianos reportar actos de violencia durante y después de las elecciones y. Por otra parte, la aplicación Umati (multitud) permitió a los ciudadanos vigilar el uso del vocabulario de odio (en 6 idiomas diferentes) en los discursos políticos y denunciarlos frente al mundo.

Aunque Kenyatta haya sido declarado vencedor (50.07% de los votos), la contestación jurídica que inicio su contrincante Odinga vuelve probable la organización de una segunda vuelta. Sin importar quién sea elegido, el programa político parece estar escrito de antemano: iniciar una redistribución de tierras, responder a las quejas de los que se sienten excluidos (acceso a empleos) y empezar una reflexión sobre lo que es la nación keniana. No responder a estas necesidades podría llevar a Kenia por el mismo camino que Ruanda.