1 de abril de 2013

El legado más peligroso de Chávez

Hugo Chávez no deja un legado. Deja varios. Unos positivos, como la inclusión de sectores tradicionalmente marginados, situar la pobreza como tema central, el crecimiento económico. Otros contradictorios: uso de prácticas clientelistas, cierta desinstitucionalización en favor de mecanismos paraestatales, dudas sobre la sostenibilidad del modelo económico-asistencial, su papel internacional –apoyando la integración regional a costa de la OEA-. Y negativos, la dependencia de la economía de los ingresos del petróleo y de las importaciones, la militarización, la concentración de poder y el fin de la división de poderes, mantenimiento de altos niveles de corrupción, el caudillismo, la inseguridad ciudadana y, sobre todo, la intensa polarización de Venezuela.

El más peligroso de todos es el último, la polarización, que combinado con la militarización, es lo que despierta más recelos sobre la estabilidad del país.

La militarización ha sido una realidad con varias dimensiones: el constante apoyo del régimen en el estamento militar para ocupar cargos en la administración civil, el reparto de armas entre sectores de la población civil, articulada como milicias bolivarianas, la identificación de la revolución bolivariana como movimiento cívico-militar, la ideologización de las Fuerzas Armadas y, por último, en concepción de la política como una actividad militar –por ejemplo el PSUV se organiza siguiendo el modelo de unidades militares- y en el uso la retórica como un arma más. La militarización de la palabra ha sido el principal instrumento de polarización.

Los discursos, tanto los de Chávez como los de sus sucesores, están llenos de imágenes militares, de violencia y sobre todo con un profundo desprecio a la oposición. La relación con el adversario es el de un combate maniqueo y existencial (ellos, los malos o nosotros, los buenos). Si bien este recurso sirve para fomentar la unidad y la lealtad –la virtud que más intentan destacar los sucesores de Chávez desde su muerte-, esa retórica, manifiesta la deshumanización del otro, calificado como mal venezolano, apátrida, traidor, lacayo del imperio, en definitiva elemento ajeno al cuerpo político que conforman los venezolanos, identificados como los chavistas. Porque no hay que olvidar que el chavismo ha realizado un inmenso esfuerzo por apropiarse e identificarse con los principales símbolos de Venezuela.

El discurso, lleno de llamadas a la acción, que apela a la marginalización. Enajenación simbólica que impide el acuerdo o, si quiera, el debate. Cómo o qué se puede tratar con esos a los que significa de traidores y conspiradores y qué se pacta cuando cualquier disenso significa un acto traición. Un lenguaje que el chavismo ha convertido en lenguaje del Estado y no sólo del partido, con toque orwelliano, y que a base de repetición se ha ido imponiendo, desde la cúpula del chavismo a sus bases. En ese sentido las campañas electorales del chavismo llaman a aplastar, aniquilar al oponente.

Desde la muerte de Chávez este lenguaje ha arreciado. Llamados a la unidad del chavismo y apelaciones a teorías conspirativas que pretenden mantener movilizadas a las bases y evitar las pugnas internas por el poder.

Maduro, con casi total seguridad, ganará las elecciones presidenciales, pero por ahora está obligado a presentarse como el continuador de la obra inconclusa del Comandante Presidente, a mostrar que nada cambia, aunque todo cambie, incluso imitando la forma de vestir y hablar del presidente Chávez, para afianzarse en el poder y mantener su legitimidad.

Su ocasión de rebajar la tensión vendrá cuando ya esté instalado en Miraflores. Veremos si la aprovecha o si deja a Venezuela en la permanente incertidumbre que produce estar siempre entre el todo o la nada.

Por: Miguel M. Benito

Publicado el lunes 18 de marzo de 2013 en Asuntos del Sur