24 de abril de 2013
China en la crisis coreana
El comienzo de la nueva administración china, en cabeza de Xi Jinping, coincidió con el cruce de amenazas de guerra entre Corea del Norte y Estados Unidos. En lo más álgido de la tensión, Kim Jong-un manifestó la intención de destruir a su hermano y vecino surcoreano y atacar el territorio norteamericano, en tanto que Washington envió al área bombarderos furtivos B-2 con arsenal atómico y portaaviones, con el fin de reforzar la dotación corriente de sus bases en Surcorea y Japón, donde tiene apostados 58 mil efectivos. Ante el riesgo del desencadenamiento de ataques reales, el gobierno de Beijing parecía impasible. A dos semanas de estar en el cargo, el mandatario chino continuó su programa de visitas a África y Rusia sin perturbarlo por la crisis en las goteras de su país, en un claro mensaje acerca de las prioridades chinas en sus nexos globales. África representa no sólo la fuente de materiales industriales e hidrocarburos para la economía china, sino el segundo bastión político que ha de soportar sus intereses mundiales. Rusia es su primer socio estratégico y el mayor proveedor de tecnología militar, así como un aliado político y despensa de alimentos y materias primas. El alto entendimiento entre ambos se consolidó en la última década, cuando constituyeron un frente común defensivo respecto a las medidas de sometimiento militar que Estados Unidos y la OTAN propugnan a diestra y siniestra. Su oposición en el Consejo de Seguridad ha impedido acciones contra Irán, Siria y la misma Norcorea.
No podría deducirse que al resaltar otras zonas China haya mermado la atención de los problemas en Corea. La pugna entre Estados Unidos-Surcorea y Norcorea la involucra por completo. La península representa un segmento estratégico de primera magnitud, en cuanto los 1.400 kms de frontera con Norcorea abren el acceso a la región de Manchuria, un vasto espacio de 2 millones de kms² que alberga centros de tecnología avanzada. La caída del gobierno norcoreano desencadenaría una crisis humanitaria inmediata por los refugiados y una pesadilla militar con las tropas estadounidenses y surcoreanas en ese prolongado borde. Así, el gobierno de Xi se ve en la necesidad de impedir a toda costa el colapso de Norcorea, lo cual sería muy factible por medio de una guerra con equipos de diferencia abismal entre el obsoleto el aparato militar de Pyongyang y la apabullante capacidad de sus rivales. Prolongar el statu quo parece la fórmula que más le conviene a China y la que ha escogido por ahora.
Es cierto que China aprobó las sanciones de febrero por parte del Consejo de Seguridad a raíz de la explosión atómica autorizada por Kim Jong-un y solicitó frenar la investigación en esa materia, del mismo modo como había suscrito las sanciones de 2006 tras el lanzamiento de misiles crucero. Esas reprobaciones tienen, sin embargo, un carácter retórico, ya que el gobierno chino acepta los controles externos a las ventas de material sensible a Pyongyang, pero nunca permitiría acciones militares contra ese país, como ha sido la intención del Pentágono. En consecuencia, China le entrega a Norcorea la mitad de toda su ayuda al mundo, es su principal socio comercial y su soporte político en los foros multilaterales. Además de impedir el desensamblaje de ese gobierno, la administración de Xi Jinping continuará facilitando los escenarios para que Norcorea no sea marginada de la vida internacional. Como parte de esa política, en 2003 Beijing propició el Diálogo a 6 Bandas (con Surcorea, Estados Unidos, Japón y Rusia), que durante 5 años exploró mecanismos para la pacificación de la península, experiencia que tendrá enorme valor cuando hayan condiciones para retomar el ejercicio del arreglo colectivo del conflicto. Esa problemática es bastante sencilla: garantizar su existencia norcoreana como país independiente (frente a cualquier acción estadounidense o surcoreana avalada por Estados Unidos) y asegurar los mínimos vitales de la población por medio de un programa de cooperación energética y alimentaria de las naciones afluentes.
Cuando el secretario de Estado, John Kerry, clama por la participación china en la crisis no emite una osadía. Sin la colaboración constante e incondicionada por parte de China, la historia de Pyonyang sería muy distinta a la situación actual. Por lo menos 180 mil soldados chinos, de los 3 millones enviados al frente de batalla, entregaron su sangre por defender a la República Democrática y Popular. En 1961, suscribieron el Tratado Sino-Norcoreano de Amistad, Cooperación y Ayuda Mutua, ratificado varias veces, y vigente hasta el 2021. El sostenimiento chino se agudizó después de la disolución soviética. Sin duda, la iniciativa china seguirá pesando como factor clave para distensionar la alborotada península coreana.